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ALMA ESPAÑOLA, AIRE ASIATICO                                   SAPA

Recorriendo las calles y mercados de la ciudad de Sapa, sientes como si estuvieras dentro de un cuento. Un cuento o una de esas fábulas infantiles en las que todo es real y palpable, incluso el momento en que uno se ve reflejado en un espejo o come un dulce, y ¡zas!, de repente comprendes que todo lo has soñado. No sólo es así por cuanto me rodea, sino por lo que me cuenta Nguyen Tan Dac, mi delgaducho y avispado guía local. Puesto que no hay nombres más complicados que los vietnamitas, el suyo lo resumo en Dac. Como buen vietnamita, Dac se enorgullece de los mitos que el paso del tiempo han dibujado en la historia de su país. Una de las leyendas más queridas por los vietnamitas es la que narra el origen de su variedad étnica.

 

Todo empezó cuando el rey Dragón del Sur se casó con Au Co, una hermosa hada norteña. Inicialmente vivieron en las montañas del norte, donde ella no hizo otra cosa que poner cien huevos. Tras empollarlos, de los cien huevos salieron cien rollizos niños. Más tarde, el rey sintió nostalgia de sus húmedas llanuras del sur y partió hacia ellas con la mitad de sus hijos. Estos serían los ancestros del grupo étnico mayoritario de Vietnam, los kinh o viet. Los cincuenta restantes que se quedaron en las montañas son los ancestros de las minorías étnicas del país, los llamados “pueblos de las colinas”.

 

La ciudad de Sapa te recibe al amanecer con un baile de nubes que se deslizan entre el espesor verde de sus colinas. Te impregnan la fragancia perfumada del bambú, la teca y el pino. Se te ensanchan los pulmones y experimentas sensaciones que habías olvidado. No soy el primero que agradece semejante respiro. Sapa fue fundada por los franceses como “estación de veraneo” en 1905. Huían del calor opresivo de la llanura y encontraron aquí un marco ideal donde oxigenarse y recuperar fuerzas. Sapa se levanta junto al río Muong Ha, cerca de la frontera con China,  a una altitud de 1.600 metros. La rodea un anfiteatro de umbrosas montañas que pertenecen a la cordillera de Hoang Lien Son, dominada por la cumbre del Fan Si Pan; no sólo la montaña de nombre más melodioso, sino también la más alta de Vietnam, pues alcanza los 3.143 m.

 

De los 54 grupos étnicos que viven en Vietnam, ocho lo hacen en las montañas que admiramos desde Sapa. Sus nombres son como los sonidos que saldrían de un xilófono: hmong, dao, tay, giay, moung, thai, hoa y xa pho. De entrada, lo que llama la atención de estos pueblos de las colinas es la variedad de vestimenta y ornamentos con que se diferencian. Así, los hmong se visten de negro, verde, blanco y estampados de flores; los dao tienen debilidad por el rojo y se adornan con vistosas monedas; índigo es el color de los tay, y la prenda de los thai es el “sarong”.

 

El mercado de Sapa, donde se reúnen para vender y abastecerse, es un mar de turbantes, atavíos, adornos y abalorios de todos los tamaños y colores, que se mezclan y arremolinan entre un constante trasiego de compras, regateos y reclamos. Todos los productos de las colinas, telas profusamente bordadas y un sinfín de artículos de bambú y piel, inundan los tenderetes. Los sábados por la noche, el mercado se convierte en una especie de agencia matrimonial: jóvenes hmong y dao se congregan para escenificar un ritual de cortejo. Se cantan versiones tribales de canciones populares, se ensalzan las cualidades de la persona que se pretende conquistar y reina un sano aire de montañera desinhibición.

 

 

Texto: Félix Roig

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